Lo que hoy conocemos como la
República Democrática del Congo (RDC), que también fue Estado Independiente del
Congo, Congo Belga, Zaire… aúna el ser uno de los países más ricos del planeta
y estar habitado por uno de los pueblos más pobres. La explicación, en pocas
palabras, es que sus inmensos recursos naturales
–bosques, ríos, minerales, etc.- han sido continuamente saqueados por todo el
que ha podido desde que sus “descubridores”, según denominamos aquí las cosas,
pusieron un pie en la desembocadura del río Congo hasta estos mismos momentos.
En un rapidísimo repaso
vamos a tratar de conocer todo lo que pasó y pasa… y parece que seguirá
pasando.
UN SAQUEO QUE HA MOVIDO EL MUNDO
Expresiones como “boom
mundial” o “fiebre del…” han significado que la Humanidad, o una parte de ella,
haya avanzado y haya adquirido un bienestar y desarrollo, según lo entendemos,
significativo. En el Congo, en cambio, va asociado a enormes dosis de
sufrimiento que han dejado migajas y destrozos para mucho tiempo.
El primer “boom” que
sufrieron quienes vivían en lo que todavía no era una nación, que impulsó a las
naciones europeas y escribió una de las peores páginas de la Humanidad fue el tráfico de personas. Los portugueses, que
fueron los primeros en llegar y mantenían excelentes relaciones con el reino
Kongo –que ocupaba territorios de la desembocadura del caudaloso río Congo- no
tardaron en descubrir lo lucrativo que podía ser capturar seres humanos para
llevarlos al otro lado del Atlántico. El negocio era tan rentable que Alfonso I
–rey kongo, rebautizado así por la imposición portuguesa del cristianismo-
advirtió en una carta a su colega portugués del riesgo de despoblamiento. Un
gran porcentaje de las personas que la esclavitud transatlántica llevó hasta
América y de la que murió por el camino salió de las tierras que riega el río
Congo.
La “fiebre del caucho” surgió a finales del siglo XIX, tras los
descubrimientos de Goodyear y Dunlop –apellidos ligados a la actual industria
de los neumáticos-. Por aquel entonces el territorio que hoy ocupa la RDC era
la finca personal de Leopoldo II, rey de la jovencísima Bélgica. Leopoldo II,
que desde pequeño quiso tener su imperio como los demás reyes europeos, había
obtenido grandes beneficios adueñándose de todo el marfil del país y era dado a
conseguir las cosas prácticamente gratis. Aunque el caucho se podía obtener de
determinados árboles y realizando plantaciones con ellos, él tomó el camino más
fácil y barato: obtenerlo de la inmensa selva congoleña, gota a gota de las lianas
que tan familiares hizo el cine. La mano de obra la obtuvo de una manera peor
que la esclavitud: imponía a los habitantes de las aldeas y a las propias
aldeas cuotas de caucho que obligaban a sus hombres a permanecer en la selva durante
semanas, abandonando a sus familias y sus medios de vida. A cambio recibían
baratijas y como motivación extra, si hacía falta, el que sus esposas
permanecieran secuestradas hasta su vuelta. El incumplimiento individual de las
cuotas suponía perder una mano, un pie o la vida. Las aldeas que se rebelaban
ante tan injusto trato eran arrasadas, literalmente, a sangre y fuego y todos
sus habitantes asesinados.
Si bien el cobre se lleva extrayendo y utilizando
desde hace miles de años, la contribución congoleña ha sido la explotación
minera más importante y continuada en la Historia del Congo de un mineral
fundamental para la Humanidad. Su explotación comenzó casi con el siglo XX y
fue desarrollada siendo ya colonia belga, el Congo Belga. Aunque Bélgica no
quería repetir los excesos de su anterior rey no hizo ascos al castigo físico
en las minas y ahorró todo lo que pudo en seguridad, de manera que sólo entre
1911 y 1918, cinco mil mineros perdieron la vida en accidentes.
Sony, fabricante de la
famosísima PlayStation, tenía previsto presentar su nuevo modelo PS2 en 1999
pero tuvo que retrasarlo hasta marzo de 2000. El motivo fue la falta de
tantalio para fabricar los condensadores que el artilugio necesitaba. Fue una
llamada de atención de que la creciente producción de aparatos en los que el
tantalio, que se encuentra en el coltán, era fundamental y que se necesitaba
una mayor extracción que la que hasta entonces habían satisfecho Australia y
Brasil, sobre todo. La RDC, con enormes reservas, fue donde el mundo se fijó y
se desató una “fiebre del coltán” a
la que no le importó que en suelo congoleño se estuviera librando la denominada
Guerra Mundial Africana, en muchos
casos considerada como la guerra más destructiva habida desde 1945.
Ya en tiempos más cercanos
parecía estar cantando que la RDC sufriría un nuevo “boom mundial” toda vez que
la denominada transición energética y ecológica que pretende evitar o reducir
los efectos del cambio climático necesitaba un metal del que el Congo guardaba
las mayores reservas: el cobalto. Y
en esas estamos. Empresas chinas, el gigante minero suizo Glencore y, de un
tiempo a esta parte, un sinfín de países, se han lanzado a explotarlo en minas
que destrozan y deforestan el suelo, contaminan el aire, los ríos y lagos de
los que vive la población congoleña y el organismo de todos los que viven en
una amplísima zona minera que no deja de extenderse.
Sin haber sufrido esas fiebres específicas hay muchos otros
minerales y metales en el Congo que mueven el mundo y que benefician a casi
todo el mundo menos al pueblo congoleño: en recesión, el uranio –fue
fundamental para la bomba de Hiroshima- y los diamantes y en pleno auge el oro, el tungsteno, la
casiterita, el litio… Los bosques congoleños han sido permanentemente saqueados
mientras se está iniciando la explotación a gran escala de petróleo y gas. Pero hay otro “boom mundial” que amenaza no solo al país
en general, sino a su inmenso río en particular: el hidrógeno verde. Alemania pretende invertir 4.000 millones de euros
en la construcción de la tercera fase de la presa de Inga, en el río Congo,
producir hidrógeno verde con su energía hidroeléctrica que les lleve a una
economía con bajas emisiones de CO2… en Alemania.
LOS
SAQUEADORES
Como hemos dicho, los portugueses fueron los primeros en
llegar a la desembocadura del río Congo. Fue en 1482 y establecieron buenas
relaciones con el reino Kongo. En el citado “negocio” de la trata de personas
participó también el rey kongo, dándose un tipo de cooperación que se repetirá
posteriormente a lo largo de la Historia congoleña.
Si, obviamente, el daño
humano fue terrible y difícilmente superable, Leopoldo II de Bélgica lo superó con creces en su particular
dominio de toda la extensión que luego fue el Congo, en la parte final del
siglo XIX y que le permitía, como finca privada, hacer en ella todo lo que
quisiera sin responder ante nadie… Y lo hizo. Obtuvo una fortuna que no supo
gestionar pero que valió hermosos monumentos en Bélgica y el correspondiente
agradecimiento, erigiéndole estatuas que obviaban sus crímenes. La explotación de los recursos en la forma que hemos
explicado produjo la pérdida de millones de vidas en uno de los mayores –y más
ignorados- holocaustos que ha vivido la Humanidad a lo largo de su existencia.
Un explorador y comerciante de la época llegó a suponer que de haber
permanecido Leopoldo II diez años más en posesión de aquellas tierras… no
habría quedado nadie vivo.
El Congo Belga se estructuró
por parte de Bélgica para obtener el
mayor beneficio posible reconociendo a los habitantes del Congo como personas…
pero de segunda categoría. Los recursos –cobre, uranio, diamantes, agricultura,
bosques- se explotaron realizando inversiones, esta vez sí, pero que en muchos
casos eran las imprescindibles para obtener y transportar esos recursos o
instalar a la población belga y europea y a parte de los congoleños que les
servían –los évolué, los
evolucionados- en nuevas ciudades, que separaban estrictamente a unos de otros,
mientras al resto de la población se la mantenía sumida en la ignorancia y el
paternalismo. Tras una precipitada independencia en la que apenas se contó con
el pueblo congoleño, Bélgica se reservó, con presencia militar –incluso contra
las resoluciones de la ONU- y sobornando a líderes locales, el control de las
zonas más ricas, Katanga (cobre) y Kasai (diamantes), provocando sangrientas
guerras. También se ocuparon, junto a otras
potencias, de marcar el camino a seguir a los líderes del Congo independiente.
Patrice Lumumba, el primer dirigente político congoleño elegido
democráticamente por los congoleños, fue torturado y asesinado en un complot en
el que también participó la CIA, para que no quedara duda de que defender al
pueblo congoleño por encima de otros intereses podía resultar mortal.
Y así llegó el mayor
saqueador nacional del Congo –al que él mismo cambió el nombre para llamarlo
Zaire-, Mobutu Sese Seko, que se
hizo con el poder y se mantuvo en él treinta y dos años con la inestimable
ayuda de Bélgica y Francia, que acudieron militarmente a ayudarle cuando hizo
falta. Si bien Mobutu, tras tomar el poder –algo que, todo hay que decirlo, se
realizó con un mayoritario apoyo de la sociedad congoleña-, se atrevió con
multinacionales tan poderosas como la anglo-belga Unión Minera del Alto Katanga
–responsable en buena parte de la independencia de Katanga de la que hemos
hablado-, llegando a nacionalizarla, supo vender bien las riquezas de su país
con su correspondiente comisión que lo enriqueció al tiempo que sus desastrosas
políticas y sus prácticas cleptócratas llevaban a la miseria a su pueblo.
Derrocado Mobutu, puesto en
el poder Laurent Kabila por Ruanda, principalmente, y Uganda, una sucesión de
guerras multiplicó como nunca el número de saqueadores. Ruanda y Uganda, tras poner en el poder a Kabila, invadieron el
territorio congoleño para derrocarlo pocos meses después. Ambos países llegaron
a ocupar extensiones congoleñas mayores que sus propios territorios nacionales
y se apropiaron de todos los recursos naturales que había en ellas. Kabila pidió ayuda a otros países pero con su
correspondiente precio: quien más se implicó y más beneficio obtuvo fue Zimbabwe, que pasó a controlar minas de
diamantes en Kasai y de cobre en Katanga y cuya capital, Harare, se alimentó
durante un tiempo de la electricidad que producía la presa de Inga en el río
Congo, cerca de la capital Kinshasa.
Acabada aquella devastadora
guerra, siguió, hasta la actualidad, una relativa paz salpicada de guerras
localizadas de baja intensidad y gobiernos que se eligen democráticamente,
dentro de lo que cabe. Los recursos más preciados, por resumir, están en el
Este –oro, casiterita y coltán- y el Sur –cobre, níquel… y cobalto-. Amplísimas
zonas del Este están fuera de control por parte del Estado congoleño y el
Ejército. Por sus porosas fronteras sale la mayor parte del oro que se extrae,
camino a Ruanda y Uganda y a los Emiratos Árabes, que siguen beneficiándose de
la inestabilidad y miseria congoleña. También buena parte del coltán que se
produce se “limpia” en Ruanda, que puede venderlos como propios a pesar de no
tener reservas, algo que ocurre también con el oro y Uganda.
Innumerables grupos armados de todos los colores
viven de o sobreviven con esos recursos en el Este congoleño, controlando
grandes zonas y aplicando su ley. Tampoco las multinacionales hacen ascos a tratar con ellos, como en el caso de
la mina de oro de Mongbwalu que la multinacional AngloGold Ashanti pudo
controlar tras llegar a acuerdos con la sanguinaria milicia del Frente
Nacionalista e Integracionista. El Ejército congoleño, o algunos de sus oficiales, también sacan buena partida
de esos recursos, como el general Gabriel Amisi, actual Inspector General del Ejército congoleño, que, entre otros
negocios, disponía de cuatro dragas con las que ilegalmente obtenía oro del río
Awimi.
En el sur los recursos se
obtienen de manera más pacífica. Desde el gigante suizo de la minería,
Glencore, que practica la minería industrial, hasta un sinfín de empresas y
negociantes chinos que comercian con el cobalto obtenido por la minería
artesanal, que ocupa a la mayoría de los mineros sin los más elementales
derechos.
Pero no podemos
detenernos aquí si hablamos del saqueo del Congo puesto que todo el planeta se beneficia de este
saqueo y admite estos minerales y madera obtenidos tras pisotearse los derechos
humanos, si bien se han tomado medidas de dudoso efecto para hacer más difícil
que los “minerales de conflicto” lleguen a nuestros hogares o tiendas (OCDE
y EEUU en 2010, ONU en 2011, Unión Europea en 2021…). En
cualquier caso, al final del camino en el que nos cruzamos con tiranos,
multinacionales sin escrúpulos, regímenes seudodictatoriales, asesinos, etc.
etc. están nuestras sociedades,
consumidoras finales de estos productos que nos llegan sin límite y muy baratos
por el coste humano que los antecede, sociedades que tienen el arma del consumo
para cambiar esta situación pero que, en su mayoría, no hacen nada, seducidas
por la variedad y el precio de lo que reciben y con poco interés por
preguntarse de dónde y a qué precio llegan todos esos materiales sin los que no
sabríamos vivir.
LOS
SAQUEADOS
En este caso el resumen es
fácil: el pueblo congoleño. En las
primeras fases del colonialismo aportó millones de vidas al enriquecimiento de
portugueses, algunos congoleños y Leopoldo II, que solo invirtió en el
ferrocarril –construido a base de una violencia inusitada- para mejorar el
transporte de mercancías para la exportación, sin crear ni hospitales para sus
propios hombres y únicamente “escuelas” para niños –que serían los soldados de
la Force Publique- y niñas –que
serían las esposas de éstos-. Como colonia belga, la metrópoli sí realizó
amplias inversiones pero destinadas sobre todo a la explotación y transporte de
recursos y ciudades para alojar a los colonos y a los congoleños que trabajaban
para ellos –y que debían encerrarse en sus barrios tras la jornada laboral-.
También hubo inversiones en instalaciones sanitarias pero las educativas se
administraron de manera que el pueblo congoleño quedara siempre supeditado a
sus colonos –de manera que la independencia se produjo con solo treinta y tres
congoleños con titulación universitaria-. Más aún, Bélgica se cuidó de que la
deuda exterior que se contraía correspondiera al Congo –también tras su
independencia- mientras los beneficios quedaban para los belgas y europeos.
Poco quedó en los años
venideros de guerras, dictadura y guerras de las riquezas que se exportaban, pues
como hemos visto pasaron a manos de países vecinos, ladrones de alto rango y
multinacionales y la importación ha sido necesaria siempre para obtener
manufacturas ante la inexistencia de una industria nacional. Y la historia
sigue repitiéndose.
Me ha tocado discutir más de
una vez sobre las inversiones extranjeras que llegan a la RDC con personas que
aplican nuestra realidad al Congo. Esas inversiones no suponen automáticamente
“creación de puestos de trabajo y desarrollo para el pueblo”. Las concesiones de minas pasan por todo tipo de manos que
reducen su coste o las regalías que las multinacionales tienen que pagar a
cambio de sobornos en un sistema institucional corrupto en el que corruptores
–multinacionales- y corrompidos –políticos y funcionarios- salen ganando
mientras inmensas cantidades de dinero se evapora y el pueblo congoleño sufre
un deficiente sistema sanitario y educativo que tiene que pagar como puede.
Se frena así el futuro de todo un pueblo enfrentado a epidemias y desnutrición,
altísimos niveles de muertes relacionadas con partos y embarazos y el de
generaciones que no pueden acudir más que unos años a escuelas atendidas por
maestros que pasan meses sin cobrar.
Mientras que en el Este,
como hemos visto, el principal valor de sus riquezas se esfuma por el
contrabando, en el Sur la mayor parte se consigue a través de la vida miserable
y peligrosa que da la minería artesanal mientras enormes extensiones de terreno
quedan abiertas al cielo destruyendo su biodiversidad y envenenando para
décadas la naturaleza y el medio ambiente del que dependen directamente
millones de personas.
UN
PUEBLO MANIATADO
A quienes seguimos a diario
lo que pasa en el Congo no nos cabe duda del valor de su pueblo, de la fuerza
de sus mujeres que tiran para delante de sus familias y del propio país,
aplastadas por uno de los peores sistemas patriarcales del mundo, de la valía
de mujeres y hombres que a poco que disponen de medios y formación, destacan
por sus logros en todos los campos, de la capacidad de su sociedad para
organizarse y actuar, como las propias organizaciones de mujeres o las de la
sociedad civil que se encuentran en poblaciones y territorios siempre activas,
incluso en las peores situaciones. Pero al pueblo
congoleño siempre lo han ninguneado y zancadilleado para que no se ponga en pie
y no pueda utilizar sus inmensas riquezas: los colonizadores, sus propios
dirigentes, los países vecinos y la comunidad internacional que permite, cuando
no alimenta, una inestabilidad continua y una violencia destructiva que poca
gente está dispuesta a mirar y que impide que en uno de los países más ricos
del planeta pueda vivir un pueblo desarrollado y libre.
Julián Gómez-Cambronero Alcolea
(Publicado en el número 2 de Redes Libertarias, 2024)
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