El medio ambiente y la naturaleza en el Congo están gravemente amenazados por el cambio climático, las nuevas explotaciones de hidrocarburos y los malos hábitos de una población urbana en continuo crecimiento. Nos impresionó esta danza que culminó una marcha climática y casi todos los días nos horroriza cómo los plásticos se adueñan de calles, ríos o desagües en Kinshasa.
Las continuas imágenes de desplazados, refugiados, personas que lo dejan todo, sin saber cuándo podrán volver a su hogar o si éste sigue existiendo, no por frecuentes dejan de encoger el corazón. En la primera, la gente se refugia a cientos del avance del M-23 en una escuela, las demás muestran la crueldad de la huida que afecta a todos los seres humanos, sin respetar ni edad ni estado físico y que más de una vez acaba en muerte.
La mayoría de los niños y niñas congoleños pasan su niñez expuestos a la explotación para sobrevivir ellos y sus familias o, en el mejor de los casos, recibiendo una educación lastrada por la falta de medios en escuelas míseras con maestros mal pagados como la de la imagen, cercana a un lago.
Estas dos imágenes recogen demasiado bien la crueldad que golpea a diario a tantas congoleñas, sacando a sus familias, literalmente, adelante mientras hunden su salud, ya sea en el día a día o cuando toca huir. Gastar más fuerzas de las que tienen puede llevar a la desesperación cuando ya no se puede más.
Hemos dejado para el final las imágenes agradables, bellas o esperanzadoras, empezando con el colorido de los que no renuncian a la paz, como en este mural.
La belleza intrínseca del Congo, de sus gentes o sus tierras -que muchos confundirían con algún tranquilo país europeo- sobresale a cada momento pese a la fealdad cotidiana.
La imagen final de esperanza la trae esta niña, dura ante el pinchazo del que ni se inmuta, desafiante, de alguna manera, ante la cámara que la capta. Con gente tan dura el Congo, al menos, sobrevive a todas las maldades y malvados que lo acosan sin cesar.
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