El pasado viernes 27 de junio se firmó en Washington, en presencia del Secretario de Estado norteamericano Marco Rubio, por parte del ministro de Asuntos exteriores ruandés y su homóloga congoleña un acuerdo de paz con el que, según el vicepresidente norteamericano J.D. Vance "Hemos puesto fin a 30 años de guerra mortal". Tras revisar su contenido, lo que dice y lo que no dice, hemos elaborado un análisis de urgencia sobre el mismo que, adelantamos, se aleja del entusiasmo mostrado por muchos países e instituciones.
Lo primero que llama la atención de estas negociaciones y acuerdo es que el mediador, EEUU, es uno de los principales valedores del régimen ruandés de Paul Kagame, lo que vendría a ser unas negociaciones de paz entre Israel e Irán en la que mediara EEUU o un proceso de paz entre Ucrania y Rusia donde mediara Corea del Norte. También sorprende que no solo se obvian décadas de confrontación entre Ruanda y el Congo -con Ruanda siempre agrediendo a la RDC y causándole altísimos costes humanos, sociales y económicos- sino que ni siquiera describe la situación actual, reconocida a todos los niveles -salvo por Ruanda- de presencia militar ruandesa en el Este congoleño, apoyo fundamental al principal agresor de esta última guerra, el M-23, o al beneficio continuo por parte de Ruanda del saqueo de minerales congoleños. Todo queda reducido a "controversias" entre las Partes (RDC y Ruanda). Poco futuro puede tener un acuerdo de paz que no reconoce cómo han sido los antecedentes que han llevado a hacerlo necesario y parte de una igualdad entre las Partes que no es real.
Este acuerdo no establece que «Ruanda esté ocupando nuestro país»
escribía en el canal de wasap de Habari RDC el activista de derechos humanos Nelson Mitovu.
Mientras, como decíamos, el M-23, principal agresor y creador de sufrimiento en las provincias de los Kivu congoleños en los últimos años apenas es nombrado en el acuerdo, la milicia hutu de las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda, herederas de los genocidas ruandeses, es protagonista de varias decisiones. Aunque el poder de las FDLR está muy reducido en la actualidad y su ámbito de actuación es el Este congoleño, se la señala dentro de los acuerdos para preservar la integridad territorial de Ruanda -la que el régimen de Kigali viola continuamente con respecto al Congo-. Si bien es cierto que el Ejército congoleño ha colaborado en acciones militares con este grupo armado -especialmente desde la invasión del M-23- no hay comparación posible en cuanto apoyo de ningún tipo como el que Ruanda realiza con el M-23 y es un triunfo del relato ruandés, que justifica sus agresiones -aunque no las reconoce- en la existencia de las FDLR y en supuestos ataques gubernamentales contra las minorías tutsis que habitan el Este congoleño.
Más aún, esa "neutralización" de las FDLR podrían servir en este caso para que Ruanda mantenga sus tropas en el Congo:
De hecho, la retirada del ejército ruandés del territorio congoleño —que debería ser inmediata e incondicional según lo dispuesto en la Resolución 2773 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, adoptada el 21 de febrero de 2025— parece ahora estar condicionada a la neutralización de las FDLR mediante un mecanismo de seguridad conjunto (RDC/Ruanda) que autorice al ejército ruandés a operar en territorio congoleño. Por lo tanto, el agresor no sancionado podrá continuar sus operaciones en los Kivus, con la aprobación del gobierno congoleño.
Denis Mukwege, ginecólogo congoleño, Premio Nobel de la Paz 2018.
El texto incluye un importantísimo acuerdo: "Las Partes cesan de inmediato e incondicionalmente todo apoyo estatal a los grupos armados no estatales, salvo en la medida necesaria para facilitar la implementación del presente Acuerdo". Este punto debería afectar principalmente a Ruanda, que se vale de un brazo armado como el M-23, al que apoya también con su propio Ejército y del que hay evidencias de que está integrado en parte por soldados ruandeses. Pero en el acuerdo ni se nombra ni Ruanda se siente relacionado con el M-23.
Otra parte fundamental de este acuerdo, y que seguramente ha atraído a su mediación a EEUU, es la parte económica, demasiado ambigua en el texto del acuerdo pero que habla de cooperación en "la reducción de riesgos en las cadenas de suministro de minerales, la gestión conjunta de los recursos en el lago Kivu y la transparencia y formalización de las cadenas de valor mineras integrales (desde la mina hasta el metal procesado) que conectan a ambos países, en colaboración, cuando corresponda, con el gobierno estadounidense y los inversores". Hasta ahora el principal responsable de la contaminación de cadenas de suministro es Ruanda que, como reconocen expertos de la ONU, mezcla minerales robados con los suyos para perder el origen de los primeros.
Estas palabras teóricas las ve Denis Mukwege de una manera mucho más concreta y menos bonita:
los minerales congoleños se exportarán, por no decir se "venderán", en su estado bruto a Ruanda, que los procesará y exportará productos semiacabados o terminados al resto del mundo.
El Estado ruandés, agresor y saqueador, se beneficiará pues, con la carta blanca de Kinshasa, de los beneficios del valor añadido de los minerales congoleños, en una lógica extractivista neocolonial que perpetuará el subdesarrollo en la RDC.
Palabras que refrendan las opiniones previas de diferentes analistas que veían esta parte del acuerdo como una manera de que Ruanda recibiera "legalmente" minerales que antes obtenía por el contrabando y aprovechara su industria de transformación -una procesadora de oro, la única procesadora de África para casiterita, de donde se obtiene el estaño, y una procesadora de coltán en construcción- para llevarse todo el valor añadido, con un cliente seguro como EEUU e inversión internacional asegurada, dejando tal cual a la RDC en su papel de simple extractor que se queda con las migajas y los inconvenientes de la producción minera.
El acuerdo incluye también una inquietante posibilidad que no es nueva y que debilita al Ejército congoleño y produce una violencia recurrente: la integración de miembros de los grupos armados en el Ejército y la policía congoleña. Que el Ejército congoleño no esté coordinado y actúe muchas veces fragmentado y que periódicamente desertores del Ejército formen peligrosos grupos armados -como el propio M-23- se debe a la "costumbre" de que los acuerdos de paz incluyan el alistamiento de los antiguos enemigos, que llegan muchas veces a ocupar altos puestos militares.
Al margen de estos puntos, los referidos a refugiados, políticas de no agresión, respeto de las fronteras, etc. entran en la lógica de cualquier acuerdo de paz y del más elemental respeto al derecho internacional o los derechos humanos. Pero aún nos queda algo muy importante: el M-23, e insistimos en ello pues los firmantes y el mediador del acuerdo se han olvidado, quien ha iniciado y mantiene esta nueva guerra, queda absuelto en este acuerdo de paz. Sobre él no recae ninguna obligación ni relación con Ruanda y se deja su futuro a un marco negociador propio, el que directamente mantiene con el gobierno congoleño en Doha pero, ¿y si en Doha el M-23 llega a acuerdos contrarios al acuerdo de paz de Washington, si decide permanecer en los territorios que ha conquistado, si decide seguir tutelando las minas que tanto dinero le proporcionan... en qué quedara el acuerdo de paz firmado el pasado 27 de junio?
Mas aún este acuerdo de paz -que como apunta Denis Mukwege, debería ser refrendado por la Asamblea Nacional, conforme a la Ley- se está celebrando como el fin de una guerra de 30 años, demostrando que todos los que así muestran su satisfacción desconocen la realidad del Congo, de sus guerras, de su historia... Si nos ceñimos a los hechos, este acuerdo solo afecta a la RDC y varios grupos armados que la apoyan o combaten al M-23 -y solo en cuanto a que participan en esa guerra- y a Ruanda, que dice no tener tropas en el Este congoleño ni agredir a su vecino -¿por qué firma entonces un acuerdo de paz si no está en guerra?-. Combatientes en esta guerra del M-23, tanto del lado congoleño -como el sinfín de grupos y grupúsculos wazalendo (patriotas)- o del lado del M-23 -milicias banyamulenge (tutsis congoleños) y de otras etnias minoritarias- ni han participado en las negociaciones ni han firmado ningún acuerdo de paz. Y a eso habría que sumarle decenas de grupos armados y milicias de todo tipo, muchas de las cuales controlan valiosas minas o cometen sangrientos crímenes.
Se asumieron muchos compromisos en este acuerdo, pero varios de ellos parecen poco realistas, incluso imposibles de implementar
declaraba a France 24 el activista de derechos humanos Jean Luc Maroy tras la firma del acuerdo.
Aún dando por hecho que todo lo firmado se pudiera cumplir, ¿cómo se controlará que realmente se cumplen los puntos del acuerdo de paz? Partimos de que, pese a todas las evidencias, Ruanda niega que apoye al M-23 o tenga miles de soldados en el Este congoleño. ¿Qué fuerza suprema podrá cambiar las cosas si Ruanda sigue mintiendo, tras habérsele permitido todo este tiempo? ¿Cómo, en los bosques y selvas congoleñas, en los lugares donde el control de grupos armados es total, donde no hay más que su ley o no existe la autoridad nacional o internacional, se va a poder corroborar nada? ¿Quién obligará a la Parte que no cumpla a cumplir? ¿Los cascos azules, el Ejército norteamericano?
¿Quién supervisará la integración de los grupos armados? ¿Quién perseguirá realmente a las FDLR? ¿Cuánto tiempo llevará integrar a estos grupos y lanzar una verdadera persecución contra las FDLR? ¿Respetará Ruanda realmente las fronteras congoleñas?
se preguntaba Jean Luc Maroy en la citada entrevista.
Asistimos de nuevo a una burla cruel e injusta hacia el pueblo congoleño que en realidad solo quiere paz -"sin importarle quién le robe", nos apuntaba mientras escribíamos este artículo un español que conoce de verdad la realidad congoleña-. Se abren falsas esperanzas una vez más con un acuerdo alejado de la realidad y creado para el beneficio de unos pocos
Varios compatriotas me preguntan quiénes son los ganadores y los perdedores del acuerdo que acaban de firmar en Washington (...) Examine el acuerdo en términos de los objetivos de Ruanda y el Congo y sabrá quiénes son los ganadores y los perdedores
escribía en su cuenta de X Patrick Mbeko, canadiense de origen congoleño experto en conflictos y geopolítica africana.
EEUU y sus inversores, que entran en un mercado de minerales estratégicos que controlaba principalmente China, Ruanda, que obtendrá mas valor añadido y de manera legal con los minerales congoleños, y el presidente Tshisekedi y sus acólitos, que se anotan un triunfo político que es falso, son los ganadores de estos acuerdos que no traerán paz. Del otro lado, una vez mas, queda el pueblo congoleño, que posiblemente no esperaba nada y sabe que no obtendrá nada, porque está acostumbrado a ser vendido y torturado por propios y extraños.
Este acuerdo podría haber generado una verdadera esperanza, siempre que los verdaderos protagonistas estuvieran sentados en la misma mesa. Si queremos un acuerdo que traiga la paz, es hora de unir a todas las partes:
Ruanda, la República Democrática del Congo, los grupos armados y las FDLR, alrededor de una verdadera mesa de negociaciones.
En mi opinión, este acuerdo no resuelve nada, sólo añade más problemas a los que ya conocemos
Jean Luc Maroy a France 24
@CongoActual
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