Hemos asumido como normal imágenes o noticias de hombres, mujeres, niños y niñas de raza negra pasando hambre, huyendo para salvar su vida o malviviendo en aldeas o barrios. Y por muchas historias conmovedoras que nos cuenten, parece que las hemos reducido a una que tiene diferentes capítulos. La historia que vamos a contar no es una más, porque cada historia de sufrimiento humano es diferente y, aunque fuera un poco, debería alterar conciencias, obligar a reflexionar, siquiera sea un momento, por qué pasa lo que pasa y por qué no debe seguir pasando. Más aún, si hablamos de romper prejuicios sobre África y la RD del Congo (RDC), esta historia de Pakadjuma debería servir también para darnos cuenta de que los africanos, las congoleñas y congoleños no son, por sistema ni por gusto, unos demandadores de ayuda y donaciones de nuestro Primer Mundo -que tanto les debe- sino que, siempre que pueden, saben ayudarse entre sí y no faltan personas que se sacrifican para que la gente que vive a su alrededor haga eso, vivir, no malvivir o sobrevivir.
Pakadjuma en un barrio kinois, esto es, un barrio de Kinshasa -kinois y kinoise son el gentilicio congoleño para los habitantes de la capital-. Posiblemente el más depauperado de la, posiblemente, mayor urbe del continente africano. Para conocerlo hemos hablado con una persona implicada en su día a día, en los que recorre sus calles y conoce a sus habitantes. Se trata de Éliane Kibubi, fundadora y presidenta de Fondation Pakadjuma Résilience.
Este barrio está situado en la comuna de Limeté y tiene 20 años de existencia, cuando lo poblaron congoleños y congoleñas expulsados de Brazzaville -capital del otro Congo, el "francés"-, principalmente comerciantes de provincias del norte de la RDC. Está situada "a menos de 20 minutos de la Comuna de Gombe, reputada
como la comuna de la "alta sociedad" y la que alberga casi todas las
instituciones" nos cuenta Éliane que apunta una de las más importantes particularidades de este barrio de unos 50.000 habitantes, donde "el 60% son mujeres jóvenes que viven con menos de medio dólar al día. Esta
precariedad es la puerta abierta a muchas desviaciones como el alcohol y la
prostitución. Estas mujeres, en su mayoría prostitutas muy jóvenes (14-17 años)
no tienen educación y/o abandonan sus estudios".
No es de extrañar que la Fundación que preside Éliane Kibubi centre sus principales esfuerzos en niñas y mujeres, más aún con estos datos que nos da: "según nuestro informe resumido de evaluación realizado in situ, la tasa de abandono escolar, especialmente entre las niñas, es muy alta, más o menos del 85 %. Los mismos datos muestran que las niñas solo reciben educación hasta el 5º grado y tienen un 80% de posibilidades de no obtener el certificado de finalización de la escuela primaria".
La miseria de este barrio está en cada imagen que se tome de él, con casas construidas con chapas al margen de cualquier regulación urbanística o de seguridad en un barrio que carece de electrificación lo que lleva a sus habitantes a alumbrarse con velas "o, lo que es más grave, realizan conexiones eléctricas fraudulentas, que pueden ser causa de accidentes mortales". Con estas realidades acaban ocurriendo hechos como el acontecido hace un año, cuando un incendio arrasó por completo 70 viviendas y dejó a la intemperie a sus ocupantes, si bien no hubo víctimas mortales. Este hecho lamentable, no obstante, sirve para reafirmar un tópico, el de la solidaridad entre la gente que más sufre que, al menos en el caso del barrio de Pakadjuma, es completamente real como Éliane Kibubi pudo comprobar tras este incendio: "En Pakadjuma, hay una solidaridad sin igual. Lo experimenté durante el incendio ocurrido en octubre de 2021. Básicamente, en Pakadjuma hay “resiliencia”.
Otros servicios básicos para cualquier comunidad humana también son escasos o inexistentes en este barrio y lo abocan a peligrosas enfermedades como el cólera: "faltan letrinas en muchos lugares de Pakdjuma". Y el suministro de agua potable es escaso aunque las frecuentes lluvias obliguen a convivir a sus habitantes con el barro, de manera que la solución no esté en el propio barrio. "Probablemente lo ideal sería trasladar esta población. Pero para eso, las autoridades provinciales o nacionales tendrán que trabajar con las estructuras de la comunidad local para asegurar una reubicación exitosa", nos dice Éliane Kibubi.
¿Cómo enfrentar desde una asociación, y con unas autoridades muchas veces pendientes de cuestiones bien diferentes, un problema tan gigantesco en un barrio que, como dice Éliane, "es la guarida de la violación, las drogas y el comercio sexual", lo que, por otra parte, no es más que "el reflejo de los males que padece nuestra sociedad"? La Fondation Pakadjuma Résilience -creada hace ahora dos años y que aspira a extenderse por Kinshasa y toda la RDC- se centra en empoderar a mujeres y hombres a través de la educación, lo que "pasa inevitablemente por saber escribir, hablar y calcular. Nuestro objetivo es darles las armas necesarias para que se conviertan en verdaderos actores del desarrollo. La educación permite reducir la pobreza y es una de las palancas esenciales para el desarrollo de nuestro país."
Las "armas" de la Fundación son "la reinserción de los niños que han abandonado la escuela en el denominado sistema clásico, alfabetización funcional para quienes no han tenido la oportunidad de acceder a la educación básica, entrenamiento vocacional y sesiones informativas sobre sexualidad y buen vivir." En julio pasado veíamos el final de unos cursos organizados por ellas y tras los que mujeres que habían abandonado la prostitución salían capacitadas para poder ganarse la vida con pequeños comercios o elaborando productos artesanales. En aquella ocasión, Éliane Kibubi contaba los pasos siguientes, más allá de la formación, para que estas mujeres pudieran ser autosuficientes “seguirá la implementación de actividades de microfinanzas para permitir que las mujeres de Pakadjuma construyan fuentes de ingresos para asegurar la supervivencia sin recurrir al comercio sexual."
"En lo personal, me incorporé a esta villa sin complejos ni prejuicios. Es verdad, los problemas son legión. A veces paso días enteros en Pakadjuma y solo salgo tarde por la noche."
"De hecho, mi madre había alimentado la ambición de que me hiciera monja, es decir, que dedicara mi vida al servicio de los demás. Personalmente, lucho contra la injusticia social. Como abogada, mi mayor alegría es llevar la voz de los más débiles: los niños desvalidos, esta juventud sin esperanza, la mujer marginada."
Hace unos años una reportera se acercó a este barrio a entrevistar a sus habitantes. Sacó la conclusión de que no querían hablar, unas muchachas le dijeron que ya habían hablado bastante con los medios y que no servía para que las autoridades las visitaran. Pakadjuma sobrevive, de momento, con la ayuda de la gente que vive allí y otra que viene de fuera a ayudar, Éliane Kibubi no pierde la esperanza de que los poderes ayuden y se consiga una solución y, pese a esa "legión de problemas", "...esperamos que con nuestras acciones, junto con las autoridades congoleñas, podamos sacar a estos jóvenes y niños de esta situación, (oh, qué difícil), y devolver la esperanza a estas mujeres y hombres."
Pakadjuma no es otro barrio pobre más de África, del Congo. Cada uno de sus 50.000 habitantes y de personas como Éliane es único y esta historia, un intento para que el conocer lo que pasa sirva para cambiarlo.
@CongoActual
Publicado en kaosenlared.net el 19 de junio de 2023
Las fotografías que aparecen en este reportaje han sido facilitadas por Éliane Kibubi y pertenecen a la Fondation Pakadjuma Résilience
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