domingo, 10 de julio de 2022

Y uno de los peores países del mundo para ser niña y mujer es...

Mujer congoleña con su hijo a la espalda iniciando el proceso de convertir la yuca en harina

Foto: Mango Dieudonné, tomada en la ciudad de Minova, provincia de Kivu del Sur. HABARIRDC

 

No está en Asia, como Afganistán o La India, no es un país musulmán, sino mayoritariamente cristiano. No suele salir en las noticias y ha tenido muchos nombres aunque siempre una realidad terrible para las mujeres y niñas. Es la República Democrática del Congo (RDC)

Las congoleñas no tardan mucho en experimentar lo que la vida les va a ir dando. Como niñas sufren pronto las desigualdades respecto a los niños, teniendo que ayudar o sustituir a sus madres en el hogar y recibiendo una menor educación. En la familia serán segundas madres para sus hermanos y comenzarán a forzar su espalda cargando a sus hermanos pequeños como luego harán con sus hijos. Todo ello influirá en el tiempo que dediquen a su asistencia a la escuela. 5,3 años es el tiempo medio de escolaridad de las mujeres congoleñas (Instituto de Georgetown para la Mujer, la Paz y la Seguridad) y a nivel nacional tienen un plan de estudios más reducido de primaria a secundaria (Les enjeux de l’éducation en RDC : priorité sur les filles, UNICEF) La evidencia de esta desigualdad entre sexos queda claramente expresada en este dato sobre analfabetismo entre personas de 15 a 49 años: 39,2% eran mujeres, 19,2% eran hombres (MICS-Palu 2018)

El abandono escolar de las niñas es superior al de los niños (en la capital, Kinshasa, 2/3 de los abandonos corresponden a niñas (UNFPA) En el caso del abandono en la enseñanza secundaria es debido, según UNICEF, en un 70% a la violencia que las adolescentes sufren en los institutos –casi la mitad de ella, violencia sexual. Pero, sencillamente, es que la mayoría de las niñas se quedan por el camino de la primaria y sólo una tercera parte sigue estudiando en secundaria (MICS-Palu 2018)

El paso de niña a mujer también les va a mostrar de manera inmediata lo que les aguarda como mujeres. El hecho natural de la menstruación lleva aparejado un estigma que durará años: 

“En Kinshasa, en la comuna de Makala y específicamente donde vivo, en el distrito de M'Fidi, la mayoría de las niñas que están en su período son separadas y se les impide usar las mismas instalaciones sanitarias que los demás niños, con el pretexto de que dañan las letrinas” (testimonio de una joven, recogido por UNICEF en 2019) 

En determinados lugares y situaciones, las mujeres no pueden realizar tareas durante la menstruación, como cocinar, y en las escuelas no hay cuartos de aseos separados por sexos (mwasicoupe.com)

Muchas -el 18% de las adolescentes congoleñas de entre 15 y 19 años según UNICEF- estrenan su condición de mujer convirtiéndose en esposas a través de matrimonios precoces. De esta manera acaba para ellas la posibilidad de desarrollarse en la vida como personas: proseguir sus estudios, encontrar trabajo, poder elegir, en definitiva, cómo y con quién viven su vida como mujeres, entre otras cosas porque el matrimonio precoz provocará a su vez embarazos precoces (el 39% de ellos no deseados, según el Ministerio de Salud congoleño, 2014) Estos embarazos tienen como consecuencia, entre otras, la proliferación de fístula obstétrica y ésta, además de los riesgos para la salud, lleva añadido un nuevo estigma, tanto por la sociedad como por la propia mujer que, al sentirse sucia, suele limitar drásticamente su vida social.

Con estos prolegómenos comienza el resto de la vida de las mujeres congoleñas en una sociedad en la que, como dice el ginecólogo congoleño y Premio Nobel de la Paz Denis Mukwege en su libro Un manifiesto por la vida, “la mujer parece relegada a un segundo plano (…) raras veces se tiene en cuenta su opinión” Aunque ni mucho menos serán sus únicas ocupaciones, su existencia se centrará en el hogar, la familia y la reproducción. 

Si bien en descenso, el número de hijos e hijas por cada mujer congoleña sigue en torno a los seis (Banco Mundial), lo que implica que haya mujeres, especialmente en las áreas rurales, que superan con mucho ese número. Pero para ser madres las congoleñas arriesgan su vida todos los días tanto durante el embarazo, el parto y con las complicaciones posteriores a éste. Mientras que en 2017, la tasa de mortalidad materna en España era de 4 mujeres por cada 100.000 nacidos vivos en la RDC era de 473 (Banco Mundial) si bien el Ministerio de Salud congoleña, en su encuesta demográfica de salud de 2021 lo elevaba a 846. Save the children, en su informe Estado Mundial de las Madres 2014 situaba a la RDC como el segundo peor país del mundo para ser madre, después de Somalia.

Por otra parte, las condiciones sanitarias en las que vive la población congoleña –un tercio de letrinas abiertas, sólo uno de cada diez hogares con un sistema apropiado de eliminación de aguas residuales, etc. (UNICEF)- desde las zonas rurales hasta la megaurbe de Kinshasa, ponen en riesgo especialmente, por razones obvias, la salud de niñas y mujeres por enfermedades infecciosas en general –cólera, fiebre tifoidea, etc.- y más específicamente infecciones vaginales. Más aún si tenemos en cuenta que en muchas zonas productos higiénicos íntimos, comunes en nuestro mundo, son desconocidos. También en una enfermedad tan grave como es el SIDA, las mujeres llevan las de perder: en la República Democrática del Congo hay 310.000 mujeres y 120.000 hombres que viven con el VIH (ONUSIDA) Las desigualdades entre hombres y mujeres marcan que éstas dispongan de menor información sobre el SIDA y sobre los métodos para protegerse y la falta de control sobre su vida sexual –un 20% de las jóvenes entre 19 y 24 años declaraban a Médicos del Mundo en 2016 haber tenido relaciones en contra de su voluntad- y su salud sexual 


Posición de la R. D. del Congo a nivel mundial respecto a la vida de las mujeres






Capítulo aparte merece el de la violencia que sufren las niñas y las mujeres congoleñas, al que ya hacía referencia. En cuanto a la violencia conyugal es casi imposible conocer datos de lo que realmente está ocurriendo pero las palabras de la entonces ministra de Género, Familia e Infancia, Béatrice Lomeya, a principios de 2020, no dejan duda de la extrema gravedad de esta práctica en los hogares congoleños y el silencio que la encierra: “La violencia doméstica provoca muchas víctimas entre las mujeres y muchas mueren en silencio” Las denuncias son una excepción para no perjudicar a los maridos.

Algo similar ocurre con la violencia sexual. Las cifras que se publican, sean de una fuente o de otra, son espeluznantes pero las hace más espeluznantes aún saber que las violaciones denunciadas son una parte ínfima de las reales en un país en el que las mujeres violadas puede ser vistas como culpables en lugar de víctimas o repudiadas por sus maridos:

Para muchos hombres no hay peor deshonra que vivir con una esposa violada”, Denis Mukwege

Para ellos ya no soy una mujer. Soy una prostituta que se acuesta con hombres desconocidos al costado del camino. Deberían enviarme de regreso con mis padres” declaraba una víctima de violación a la Cruz Roja en 2016.

Las mujeres y niñas congoleñas están expuestas a ser violadas casi en cualquier lugar, empezando por sus propios hogares. Son innumerables las confesiones, en cuanto se da la opción de hablar anónimamente, sobre relaciones sexuales forzadas con el esposo. La violación puede venir también de un vecino o un familiar, con la casi seguridad de que no será denunciado. De los propios soldados, como puede ser buen ejemplo la noticia publicada por Radio Okapi el 30-7-2020 “la mayoría de las niñas menores de edad son violadas por los soldados porque cuando llegan a sus posiciones no saben lo que hacen, pero los soldados las reciben” referido a los puestos establecidos por el Ejército en torno a la ciudad de Beni (Kivu Norte) Parece ser que es la ocasión la que propicia las violaciones y cualquier mujer o niña sola o vulnerable es una víctima potencial, como ocurrió en septiembre de 2020 cuando los presos se adueñaron durante tres días de la prisión de Kasapa (Lubumbashi) y violaron reiteradamente a las casi 60 mujeres que se encontraban internas allí. Por ello tampoco puede extrañar que haya una relación entre deforestación o problemas con el suministro de agua potable y violaciones de niñas: cuanto más lejos se ha de acudir a recoger leña en el campo o buscar un grifo en una ciudad, más posibilidades hay de ser violada. El camino al trabajo o los campos donde laborean son otro lugar habitual donde se producen violaciones.

Las violaciones, además, van acompañadas de la impunidad por parte de los violadores, incluso en el caso de que sean denunciados –con excepción, seguramente, dentro del Ejército, donde se conocen duras penas- “El violador no está preocupado de ninguna manera y se ocupa de sus asuntos libremente” declaraba la activista Mimi Nsona sobre el culpable de la violación de una niña de 13 años en Luozi (Kongo-Central)

Pero este capítulo no se cierra aquí porque estamos hablando del Congo y en este país existen otro tipo de violaciones, las que son un arma de guerra barata en el sinfín de conflictos armados que aterrorizan a las provincias del Este congoleño y otras zonas: “Para destruir y mancillar no hacen falta tanques ni bombas, basta con violar a las mujeres (…) Económicamente hablando, es una manera muy barata de hacer la guerra” explicaba Denis Mukwege en el libro citado. Como pilares de la sociedad congoleña, las mujeres son un objetivo de los grupos armados para aterrorizar a la población civil o dañar al enemigo mediante otro tipo de violaciones: en grupo, salvajes, con especial atención en causar daño físico y psicológico a las mujeres, que en muchos casos, en la parte física, sólo tiene solución en los quirófanos del Hospital Panzi de Bukavu, fundado y dirigido por el ginecólogo Denis Mukwege, especializado en estas intervenciones, o en las instalaciones de la organización de mujeres SOFEPADI, en Ituri, que incluye clínicas móviles para atender a desplazadas, por ejemplo. Como hemos visto, la estigmatización para la mujer y el rechazo de muchos maridos hace efectiva este arma para desestructurar la organización social de aldeas, pueblos y comarcas: “La violencia sexual es una pieza indispensable de este mecanismo de control: someter a las mujeres significa golpear los cimientos de la comunidad rival” explicaba el periodista especializado en tema africanos Xabier Aldekoa en el prólogo del libro Un manifiesto por la vida. 

Mujer violada recoge sus análisis para saber si la han contagiado de SIDA

Imagen del documental La emancipación de las mujeres congoleñas. ARTE

… la violación se ha utilizado como arma de guerra para destruir a toda una comunidad, para humillar a todo un pueblo” sentenciaba en 2013 en una entrevista a RFI la actual ministra de Justicia, Rose Mutombo Kiese.

Hablaba en el párrafo anterior de las mujeres como pilares de la sociedad congoleña y esto es así porque, lejos de otras sociedades patriarcales que limitan la existencia de las mujeres al hogar, la familia y los hijos, las mujeres congoleñas participan de manera fundamental en la actividad económica y productiva de la RDC. Obviamente se ocupan del hogar, de la familia, de sus muchos hijos… pero además trabajan y lo hacen en los trabajos peor vistos y más duros. Más del 70% de las mujeres del mundo rural trabajan en el campo (OHCHR 2010) No se limitan al laboreo sino que están presentes en toda la cadena, desde el proceso de producción agrícola, la distribución y la propia venta en mercados. Su presencia está en otros tipos de comercio, con pequeños puestos o tiendas (CEAFRI). En la minería están, junto a los niños, en el escalón más bajo, sin que pueda importar que estén o no embarazadas: cargando sacos de cuarenta kilogramos de mineral, machacando piedras, lavando la arena en contacto con el mercurio. Minando, en definitiva, su salud a un precio muy barato (Valentín Migabo para theconversation.com, septiembre de 2021)

En este crudo repaso a la realidad de niñas y mujeres congoleñas he procurado introducir abundante información y datos pero espero que la frialdad de éstos, que muchas veces acaban diciendo poco, no distraiga de lo que es una situación humana de sufrimiento en una sociedad en la que las mujeres lo ponen todo y hay un gran esfuerzo contrario para mantenerlas limitadas en su condición y aspiraciones.

Desde que el Congo existe, la mujer ha sido una persona de segunda fila, en el mejor de los casos, debido a las tradiciones de los pueblos que lo habitaban y a cómo el colonialismo belga trató al pueblo congoleño. Las terribles guerras ocurridas a finales del siglo XX y principios del XXI, complicaron más la situación de las mujeres y niñas, instituyendo un nuevo tipo de violencia sexual, como he explicado. Como hemos visto también, las mujeres sostienen la sociedad congoleña –y por ello son el objetivo de la violencia sexual de los grupos armados- pero no les sirve para recibir el respeto debido y su lucha por la igualdad –en la que están empeñadas muchas mujeres y organizaciones- sigue siendo cuesta arriba, pese a que las leyes promulgadas igualen a hombres y mujeres. Sencillamente, los privilegios de los que disfrutan los hombres son demasiados como para cederlos y el objetivo es que las mujeres no puedan aspirar a nada más que lo relatado.

Marina, una joven congoleña reportera infantil de UNICEF, relataba en el blog de Pona Bana, en octubre de 2020, el caso de una niña de 13 años, excelente estudiante en primaria, que pagó el seguir siéndolo al pasar a la secundaria con aislamiento, acoso y hasta violencia física por parte de sus compañeros. “Ser una niña y ser el primero en su clase no fue bien recibido por la mayoría de los niños” escribía Marina. Finalmente esta niña abandonó la escuela, una situación en absoluto excepcional. 

Cuando trabajamos por los derechos de las mujeres muchas veces chocamos con los líderes locales tradicionales, que sienten que estamos cambiando la mentalidad de las mujeres y eso dificultará que los hombres las dominen” declaraba el activista Evariste Mfaume, Premio Nansen África de ACNUR 2019. Al igual que en tiempos de los belgas, cuando, en el mejor de los casos, las niñas no podían pasar de primaria, en la RDC las mujeres pueden realizar muchas funciones, pero siempre sin salirse del redil y con un tope para que de ninguna manera se pueda alcanzar un equilibrio con los hombres ni los maridos puedan aparecer como cobardes superados por sus mujeres.

Con todo lo relatado, queda claro que nacer mujer en la República Democrática del Congo es una condena sin culpa que, todo parece indicarlo, va a seguir sentenciándose.


Autor: Julián Gómez-Cambronero Alcolea

Publicado en la revista Raíz y Rama número 8, marzo de 2022







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